La táctica del Crybaby

«Ese intento de exculparse diciendo que el otro hace lo mismo ya era pobre en la primaria» —dice Martín Caparrós en su columna de hoy para el diario El Pais. Está hablando de la voluntad represiva del Cristinismo y de la recurrente utilización por parte del gobierno de aquel recurso (pobre, pobrísimo, paupérrimo) de excusarse, cuando se hace pública la utilización de métodos que se contradicen con el discurso progresista del Kirchnerismo, diciendo más o menos lo siguiente: «Bueno, sí… ¡Pero él también lo hace!» (Como si la temida «opinión pública» fuera una vaga y monstruosa figura materna a quien se debe apaciguar con infantilismos histéricos… o como si realmente creyeran en la validez de esa especie de retorcido argumento ad hominem. Aunque en esto último, personalmente, no creo).

Casualmente, en los últimos días, la utilización de lo que podríamos llamar la «Táctica del Crybaby» se hizo patente en diversas ocasiones. Si se hace pública una denuncia de malversación de fondos y lavado de dinero de un empresario cercano al poder ejecutivo, el aparato mediático del gobierno acusa al grupo clarín de lavar dinero. Si se instala un debate en torno a la corrupción de la clase política, la presidente propone la sanción de una «Ley de ética pública» para ir contra la «corrupción periodística». Si se promulga una ley retógrada, que ataca garantías individuales fundamentales al mejor estilo de la Patriot Act —y en lugar dediscutir los alcances y las implicaciones de dicha ley—, se repite una y otra vez que Mauricio Macri es mucho más retógrado (y encima… ¡Es de derecha!).

Todo esto es grave por partida doble, por un lado porque pretende desviar la atención en lugar de intentar resolver los problemas de fondo, pero fundamentalmente porque se ignora que los estándares de control y transparencia del estado deben ser extremadamente rigurosos. Así como no es lo mismo «Terrorismo» que «Terrorismo de Estado», tampoco es lo mismo «Corrupción» que «Corrupción de Estado». Esto es tan evidente que da vergüenza tener que explicarlo.

En este contexto, el argumento del «¡Pero él también!», no solo deja al descubierto una notable pobreza intelectual y retórica por parte de los voceros del régimen, sino que muestra también una serie de contradicciones de las que cada vez les debería ser más difícil escapar, y que todas apuntan a lo mismo: una profunda vocación autoritaria y la convicción de que para un «Estado Fuerte», en última instancia, debe regir un doble estándar; la idea de que, como mencioné hace algunos dias, «si es por la causa, está bien», el concepto nefasto de que el fin justifica los medios.

Son muchas las ganas que tengo de estar equivocado.


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