La Política de los Dogmas o el Dogma de las Drogas

No existe ejemplo más acabado de lo que puede ser una «política global» como lo fué la política contra las drogas de los últimos cincuenta años. En ningún otro aspecto de la regulación política mundial hubo un consenso más amplio que en la idea de que el Estado 1 debe establecer la prohibición del consumo de ciertas sustancias como parte irrenunciable de su política sanitaria, criminalizar a sus productores y estigmatizar a sus consumidores 2.

El marco legal occidental de la ahora llamada «Guerra contra las drogas» fué redactado por las Naciones Unidas en 1961, en la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes, enmendado diez años más tarde en el Convenio sobre Sustancias Sicotrópicas de 1971 y ampliado en 1988 en la Convención de las Naciones unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Sicotrópicas. Los diferentes países de occidente han incorporado estos acuerdos a sus respectivas legislaciones, y el resto del mundo ha ido en una dirección legislativa similar, cuando no más represiva, a la hora de «luchar contra las drogas».

El postulado axiomático de estos tratados (que figura en sus prólogos y dictamina que el consmo de estupefacientes pone en riesgo la «salud moral» de la humanidad y que «constituye un mal grave para el individuo» y que «entraña un peligro social y económico…») es la base de partida de una nefasta política global cuyo único objetivo fue prohibir taxativamente el consumo de drogas, haciendo caso omiso a las implicaciones que trajo consigo esa prohibición y sin dejar lugar a una discusión social adecuada 3 sobre las consecuencias del uso de las drogas, por un lado; y por el otro, sobre las consecuencias de su abuso, ni de los factores desencadenates de la drogadependencia o de su debida prevención.

Mucho Dogmatismo

Ningún otro tema político, al fin, estuvo tan rodeado de tabúes, tan sesgado ideológicamente y tan cargado de postulados dogmáticos como el consumo de (ciertas) drogas y la regulación que el estado debe ejercer sobre aquel. Conviene aquí remarcar el «ciertas», porque inexplicablemente el consumo de algunas drogas está aceptado y permitido por la política y por la sociedad, y el consumo de otras, no; sin que exista un criterio científico de «peligrosidad» que nos ayude a discernir aquellas drogas cuyo consumo debieramos permitir y aquellas que debieramos prohibir. (En realidad, dichos criterios sí existen, pero parecieran dejar al descubierto el sinsentido de la prohibición; mostrando por ejemplo: que la peligrosidad del canabis es menor a la del alcohol, o que el LSD es tan «peligroso» como aquel 4, lo cual es un primer indicio que apoya la teoría de que la prohibición es más ideológica que necesaria a los efectos de preservar la salud de una población aparentemente lo suficientemente estúpida como para hundirse en la drogadicción más sórdida si Papá-Estado no le prohibe tener el más mínimo contacto con las drogas.)

Sin embargo, creo que la argumentación a favor de la legalización del comercio y el consumo de drogas debe ir más allá y no detenerse en la obviedad de que en realidad, el consumo de drogas no destruye a una persona instantáneamente, contrariamente a lo que el mass-media, la sociedad y la familia (sumamente ignorante en muchas cosas, y en este caso especial y dolorosamente ignorante) nos han venido repitiendo desde que tenemos uso de razón. Con esto no quiero minimizar el daño físico y psicológico que producen las adicciones; pero ese es otro tema, que podemos discutir en otro momento; sin perder nunca de vista que las personas, para desarrollar una patología adictiva con cualquier cosa, deben reunir una serie de condiciones de las cuales el fácil acceso a una sustancia determinada es solo una de ellas y probablemente la de menor peso de todas 5

Es una situación muy interesante, porque todos los argumentos a favor de la prohibición del consumo de drogas carecen de una base racional: Las drogas son peligrosas, como el veneno para ratas lo es; producen adicción, como el sexo o el alcohol producen adicción, son perjudiciales para la salud, como el tabaco o la comida en exceso lo son; y se consumen, con o sin prohibición. Todos estas cosas existen y se consumen: el veneno para ratas, el sexo, el alcohol, el tabaco, las comidas y las drogas; no son ni buenas ni malas, son parte de la cultura humana, sirven para comunicarnos con los demás, para recrearnos o para conocernos mejor, o todo eso a la vez; y todas ellas, consumidas en exceso, son mortales.

Pero más allá de ello, un principio fundamental de los estados modernos es la defensa de la libertad individual: aquello que, por ejemplo, recoge el artículo 19 de la constitución nacional de la república argentina con una prosa tan elegante como arcáica: «Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados.» Aunque existan dos cosas puntuales que criticar a esa fórmula 6, su espíritu es claro: las acciones privadas de los hombres que no afecten a un tercero, solo están reservadas al ámbito de sus propias conciencias. En otras palabras: si alguien desea drogarse, o leer la biblia, o pensar en la belleza de las flores, o cortarse los brazos con un cuchillo, o ser homosexual, o no comer carne… pues debe poder hacerlo, sin que el estado imponga prohibición alguna. El argumento, demasiadas veces esgrimido, que las prohibiciones son un «mal necesario» para «proteger» a «la gente» (cuantas comillas juntas ¿no?) es de una arrogancia y un paternalismo demasiados fuera de lugar, demasiados obsoletos, demasiado faccistas y demasiado irrisorios como para ser tomado en cuenta. «La Gente» sabe protegerse por si misma, la sociedad no va a derrumbarse cuando pueda comprar estupefacientes de manera legal; como dije más arriba: las dorgas existen y se consumen, actualmente y con prohibición; el «flagelo social» de las drogas es solo un flagelo político. Si las dogas no existieran, el adicto a la heroína sería adicto al whisky o a cualquier otra cosa: y el rol del estado es intentar prevenir el surgimiento de las adicciones, no combatir sus síntomas.

Mucha Violencia

En este marco, unicamente el miedo y el desconocimiento explican cómo la sociedad sigue insistiendo en una prohibición que lo único que ha prodcido es violencia, pero que de ningún modo ha contribuído a que se consuma menos 7: Pero la desinformación es tal que no sorprende escuchar a personas inteligentes hablar indiferenciadamente de «la droga», estigmatizando del mismo modo al consumidor esporádico de canabis con el adicto a la heroína sin hacer la más mínima distinción (sin saber que existe una); y en todo caso, sin cuestionarse jamás el asunto de fondo: Qué se prohibe y por qué, cuales son los objetivos de la prohibición y cuales son sus consecuencias reales. Y un en un escalón más profundo de análisis: Cual es la legitimidad de una prohibición cualquiera, si es que dicha legitimidad existe.

Con respecto a las consecuencias reales:

En solamente veintidos meses, solamente en la ciudad de Juarez, fueron asesinadas brutalmente más de 4400 personas. Decir que «sufrieron una muerte violenta» les queda chico: caerse de un balcón, tener un accidente de tránsito, ser empujado al suelo y morir… eso es sufrir una muerte violenta. Ser acribillado y mutilado por grupos narcos o por el ejército en medio de una guerra sinsentido es ser asesinado brutalmente. 4400 personas en 22 meses (si sos rápido con los números ya sacaste la cuenta) son 200 personas por mes, casi siete seres humanos por día, asesinados brutalmente, SOLAMENTE en la ciudad de Juarez. No digo que podamos extrapolar ese número por la cantidad de ciudades-conflicto que existen en el mundo, pero seamos conservadores e imaginemos que solo existen diez ciudades como Juarez en el planeta, olvidemos Brasil, Rusia, Medio Oriente, Pakistán, Colombia y África. ¿Con diez Juarez en el mundo no basta para decir «basta!»?

La prohibición es causa de otros fenómenos poco felices, entre otros: las FARC (¿te acordás de Ingrid Betancourt?), el dinero del Talibán, el altísimo índice de enfermos de HIV entre los adictos a la heroína, y la violencia global y desenfrenada producida por el margen de ganancia inconmensurable que tiene la venta de un producto para cuya fabricación se deben correr riesgos inconmensurables. La realidad muestra que la prohibición no sirve para mermar el consumo de nada, pero que tiene consecuencias nefastas: sobre todo, la cristalización de estructuras delictivas en torno a la producción y distribución que no pueden combatirse de ningún modo: hay mucho dinero de por medio, el mundo es muy grande y la violencia es extrema.

Así las cosas, la única forma de ganar la guerra contra las drogas es legalizarlas. Los beneficios de la legalización son muchos, sobre todo porque se les quitaría a los narcos todo su mercado y con él desaparecería también todo su poder – de manera instantánea y sin manera de evitar ese derrumbe: ni la corrupción política ni el crimen organizado podrían ir contra él (cosa que no puede decirse de la actual y armada guerra contra las drogas). Además, al sacar la producción y distribución de la ilegalidad, la calidad de la droga aumentaría considerablemente (lo cual no es un argumento pro-consumo, pero es un hecho incuestionable que los sucesivos e incontrolables cortes a la que está sometida la droga en su largo y sórdido camino hasta llegar a manos del consumidor, la contaminan con todo tipo de sustancias que a veces son más peligrosas que la droga en sí). La participación del estado, por su parte, sería incontablemente más eficaz, si se destinaran los recursos que puede generar la libre comercialización de las drogas (en forma de cargas y gavámenes impositivos) a la prevención de las adicciones y al tratamiento de los enfermos.

En este marco, es evidente que la prohibición va en contra de los intereses sanitarios de los pueblos, genera un terrible conflicto armado internacional, no sirve para que las personas no consuman estupefacientes, está sostenida por un anacrónico dogma y es filosóficamente cuestionable.

  1. O «Los Estados», de cualquier color: liberales o conservadores, democráticos o de facto, de derecha o de izquierda[]
  2. Quienes hasta no hace mucho, también eran considerados criminales[]
  3. Uno de los análisis más interesantes que escuché recientemente sobre el tema, fué un editorial del periodista argentino Jorge Lanata para su Programa «DDT»[]
  4. Ver: Nutt, D. «Estimating Drug Harms: a risky Bussiness?», de: «Centre for Crime and Justice Studies», London, 2009[]
  5. Pues toda adicción es resultado de un problema preexistente a la adicción en sí misma y nunca la causa de los problemas[]
  6. Creo que lo criticable es evidente: 1. La invocación divina está sumamente fuera de lugar, en la constitución de un estado que se declara laico, y 2. La «moral pública» es algo demasiado subjetivo[]
  7. Ver: Bummel, A. «Eine Ideologie am Ende: die globale Drogenprohibition» en Telepolis[]

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